Para la gente de los dominios, los alquimistas son personas ajenas, excéntricos genios con la cabeza en las nubes, que se consideran a sí mismos por encima del resto de los mortales. El maestro Jesua no es diferente.
-Furto, prepara las herramientas de incrustación y ayuda a los herreros a acomodar las piezas en el taller.- Ordenó el maestro. Pero no me moví y dudé por un instante. -No recuerdo haberte ordenado leer «las Crónicas de Adargan».- Me dijo sin siquiera sin quitar la mirada de la plataforma donde se colocaban las piezas. No me había dado cuenta de que aún tenía en las manos el libro que le había quitado a Tresa.
-Había terminado de cepillar los estantes y pensé que estudiar un poco mientras usted llegaba sería de provecho.- Dije sin sonar muy convincente.
El maestro Jesua seguía sin dirigirme la mirada, la tenía puesta en las herramientas.
-Me parece muy bien, Furto, el Señor te ha dotado de un buen criterio. No solo hacemos armas y herramientas para los gordos Señores de los dominios. Debemos hacernos ricos en conocimiento.- Dijo mientras sus otros asistentes se preparaban para empezar a trabajar.- ¿Hasta qué parte del volumen has llegado?- No podía mentirle.- El marca libro podía verse aun con el libro cerrado.
-Este… No he avanzado mucho. Apenas voy en la parte que describe el periodo en el que el gran Krista Umbus llegó a estas tierras.
-Esa parte es de mis favoritas. ¿a ustedes no les parece?- Dijo dirigiéndose a sus asistentes en el taller.- ¿Qué me puedes decir de esa parte en particular?
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Los valientes iberios llegaron a las desconocidas tierras con la esperanza de un nuevo comienzo, dejando atrás la guerra y la tragedia. Pero de este lado del mundo no les esperaba nada muy distinto. El primer contacto con los pueblos que allí habitaban fueron amistosos y se establecieron buenas relaciones en las islas del Mar de la Lanzas. Pero pronto se dieron cuenta de que los nativos temían los constante ataque de los hombres bestias de las islas, los Karibal. Estos atacaban a los poblados, capturaban a hombres y mujeres, a los primeros se los comían y a las segundas las usaban como consortes para producir su descendencia. Viajan bajo la protección de las selvas y de las olas y se adornan con los pellejos de todos aquellos a quienes han desollado después de derrotarlos en batalla.
Enfrentarse a los Karibal resultó ser una tarea muy difícil, puesto que poseían habilidades extraordinarias para la magia y la guerra, y parece que en la noche podía ver mejor que durante el día porque siempre atacaban luego de ponerse el sol. Los viajeros iberios no contaban con gran cantidad de armas con que repeler los ataque y las posibilidades de supervivencia eran pocas. Pero gracias a los nativos aliados, los alquimistas que formaban parte de la expedición encontraron yacimientos de éter en las islas, con los que pudieron forjar nuevas armas y herramientas. Renovando así las fuerzas de los iberios. Así lograron salir de los territorios de las islas y alcanzar el continente, donde el almirante Krista Umbus y sus compañeros iberios pudieron establecer asentamientos, protegidos por el creciente poder del que dispusieron. Aún a día de hoy, los Karibal siguen siendo una fuerza importante en el Mar de las Lanzas. Y muchas de las islas más importantes siguen bajo su control.
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– Y aquí estamos, jóvenes, en la constante búsqueda del divino éter que nuestro Señor nos ha otorgado. – Dijo ceremoniosamente el maestro.- Esos primeros maestros alquimistas que llegaron a este continente descubrieron y estudiaron cómo forjar el Estelium o «metal de estrellas», mineral resultado de la fusión del éter y el hierro, el metal más fuerte del mundo conocido. Increíblemente raro y excepcionalmente valioso. Para alguien con algo de cerebro, incluso mucho más valioso que el oro.- Continuó, mientras preparaba componentes de trabajo, ninguno de los presentes se hubiese atrevido a interrumpirle.
– Solo nosotros tenemos los conocimientos y la habilidad para trabajar este material, con el que forjamos armas y armaduras tremendamente resistentes y casi indestructibles.- Continuó mientras se colocaba los guantes de trabajo. – Y todo este conocimiento se lo debemos a nuestro Señor y a los dones que el nos otorga para mantener la perfección en la mente y en el espíritu.
Entonces pensé precisamente que la perfección es un concepto que quizás solo su mente o su espíritu pueden alcanzar. Desde que le conozco, y siempre que está en el taller, sus ropas suelen estar manchadas y llenas de hollín; y sus barbas, chamuscadas o marcadas por salpicaduras de algún químico. El contacto constante con el éter, los ácidos y metal fundido ha dejado marcas de por vida en su cuerpo; muchos alquimistas se distinguen por sus cicatrices, quemaduras y mutilaciones. Al mirarlo, entiendo porque no permite a su hija practicar la alquimia. La belleza de Tresa es un don muy valioso como para arriesgarla en este oficio. Desde el día que la conocí en los pasillos, no hace más que hablar de lo mucho que quisiera aprender el arte que practicamos en los talleres.
Los alquimistas son grandes maestros metalúrgicos, competentes artesanos rúnicos y herbolarios inigualables, fundiendo y mezclando elementos durante sus estudios. Practican la activación de los dones de los metales, y la implementación de inscripciones rúnicas. Todo esto sin ser afectados físicamente por el éter y sus efectos. También son buenos creando aparatos a partir de estos elementos. Los alquimistas son capaces de manejar metales derretidos con la capacidad para abrasar y consumir, además de capaces de corroer y debilitar estos mismos elementos en un parpadeo.
– Entonces, Furto- Cuéntame más sobre lo que dice el libro de esos pueblo bárbaros que encontró nuestra gente en estas divinas tierras de nuestro Señor.- Me dijo sin mirarme.
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Entre los mas aguerridos pueblos, los Karibal son conocidos por su naturaleza especialmente bélica y sanguinaria. Su capacidad para matar hace que muchos piensen de ellos que son un asesinos locos, impredecibles, y se les mira con recelo y desconfianza.
Los lideres de los clanes Karibal, tienen una despiadada reputación que sirve de suficiente excusa para que nadie se oponga a ellos. Ponen frecuentemente tareas y pruebas a los más jóvenes para cortar la vida de todos aquellos que no fueran dignos de continuar el legado de su pueblo. En una de estas pruebas, se liberan guerreros iberios prisioneros en las selvas de alguna isla. Los jóvenes son enviados para dar caza a esos iberios y sólo se les dejará volver con una prueba de haber tenido éxito en la caza. Siendo los seres corruptos que son, su velocidad y habilidad de combate son suficientes para superar a sus enemigos. Mientras se regocijan en su victoria, cubren su cara con sangre y beben del corazón aún caliente de sus enemigos, antes de desollarlo y comerse su carne. Al volver, portan la piel de sus presas a modo de capa, y se ganan el respeto de sus pares.
Cuando son mayores, se unen a las filas de corsarios. Su ascenso en la cadena de mando sólo depende su astucia y brutalidad. Algunos de los más brutales tienen como costumbre de despellejar cadáveres y guardarlas como trofeos.
Algunos de los Karibal se ven por distintas razones alejados de la vida en el mar y se adentran en el continente. Se abren paso como pueden al amparo de las sombras y la oscuridad, avanzando entre los bosques y selvas. Desde donde dan caza a mercaderes y sus escoltas. Algunos de esos mercaderes ricos les proponen tratos, y así algunos Karibal se dedican por temporadas a la carrera pagada de mercenarios. Contratado para dar escarmientos ejemplares, debido a la salvaje costumbre de desollar a sus enemigos, los cuerpos despellejados se suelen dejar colgados de los árboles o empalados. Algunos Karibal ejercen su oficio a lo largo de todo el continente y han pasado a ser justamente temidos.
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– Por eso nuestra labor creando armas y artefactos para combatir la corrupción de las hordas bárbaras del mundo es la labor más noble e importante de todas. Existen enemigos en todos los rincones cuya finalidad es destruir al pueblo de nuestro Señor. Nosotros ayudamos a nuestro pueblo a lo largo de su historia.- Dijo el maestro mientras se removía los guantes y daba indicaciones a sus asistentes para que continuaran el trabajo.- Ahora deja ese libro en los estante y ponte a ordenar las piezas, que la última vez que revisé no te estaba pagando por leer cuentos.
-Si, señor.- Rápidamente coloqué el libro en los estantes. Mientras que el maestro Jesua se sentaba en su silla y observaba el trabajo que se hacía en el taller, y de la manera mas imprudente, encendía un cigarro para fumar.
No iba a ser yo quien le dijera que no lo hiciera.