El Sol y los Gigantes

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El Sol y los Gigantes

La noche aún no llegaba del todo, pero el viento frío ya calaba hondo, y dábamos gracias de que nuestro pequeño campamento estaba frente a una colosal estructura de roca que cortaba la corriente fría; estas estructuras se encontraban por todo el Paqauri (Plano de aquí o mundo conocido), vestigios de un pasado ya casi olvidado. Los niños que nos acompañaban se juntaban alrededor del fuego mientras los adultos ponían las cosas en orden. Yo no, mis huesos dolían más aún cuando la noche era fría, eran ya muchas estaciones vividas y el ocaso de mi vida estaba a pocas lunas de llegar, aun así, el miedo es mucho peor que el dolor, el miedo a la noche, el miedo a lo que la oscuridad oculta, el miedo a los tambores de guerra más allá de las colinas vuelvan a sonar.

Miro a los niños mientras se acomodan uno a uno sin terminar de quedarse quietos del todo, más inquietos de lo usual. Nadie podía culparlos por eso.

Aun así, solo basta un golpe de mi bastón contra el helado piso para hacer que se queden completamente en silencio. Un silencio apenas roto por el sonar de los lejanos, pero amenazantes tambores.

Como es usual, fue Kasunka (cabeza de llama), ubicado al frente de todos, quien rompió casi de inmediato él silenció en el grupo.

– Mamá Ti (Mamá pájaro), Asunwankari (culebra del cielo) y los demás dicen que Cha y los dioses ya no oyen los rezos y ya no aceptan las ofrendas. Que ya no caminan en el mundo y no pueden ver como huimos de nuestros enemigos. ¿Por qué no responden los dioses, Mamá Ti?

– Porque no defendimos sus templos y abandonamos la tierra nuestra ¡Por eso no quieren escucharnos! – Respondió inmediatamente el altivo Asunwankari.

Todos los niños empezaron a alzar sus voces para dar su punto de vista, cuando volví a golpear mi bastón contra el suelo para que hicieran silencio, y entonces solo el viento frío y el compost quemándose al fuego podía oírse.

– ¿Qué pueden saber ustedes de los dioses? – Pregunté. – La voluntad de los dioses está fuera de nuestra comprensión, a nosotros los mortales solo nos queda honrar las costumbres, y esperar que su voluntad concuerde con nuestros deseos y peticiones.

– Entonces, ¿es verdad que no nos escuchan? – Preguntó con preocupación Kasunka.

– Quién no escucha eres tú. – Le dije – Los dioses escuchan y hasta el mismo Cha, ha vivido entre nosotros, ha comido y ha bebido entre los hombres. Pero no deben confundirse, los dioses como Cha, no cumplen peticiones si no les place, y pueden castigar a hombres y bestias si así lo consideran, y eso que hoy causa pena y dolor, puede que mañana nos brinde bienestar.

¿Como puede algo que causó dolor, ayudar luego? – Preguntó de nuevo Kasunka.

Si hacen silencio y escuchan tal vez pueda contarles lo que me dijo mi mamá, que le dijo su mamá, que le dijo su mamá antes de ella. – Sus miradas asintieron.

Cuando el mundo era joven, no había días soleados, solo había noches y la única luz venía de las estrellas. Y los hombres no eran más que seres rastreros que aún no hablaban ni sembraban maíz. El mundo era regido por los gigantes y los hombres bestias. Los primeros eran seres con forma de hombres pero a diferencia de estos, que no suelen alcanzar los 4 codos de altura, los gigantes solían sobrepasar los 20 codos. Mientras que los dioses eran bellos, los gigantes eran feos, por eso les gustaba el mundo con poca luz, para no verse en el reflejo del agua ni entre ellos mismos.

Pero el dios Cha, quería más luz en el mundo. Y tras meditarlo, de su pecho arrancó su corazón, lo encendió en la hoguera sagrada de los dioses. Lo colocó en el cielo y lo hizo girar. Desde entonces se hizo el día y la luz. Pero como a sus creaciones anteriores les gustaba vivir en la noche, partió el día en dos. Una mitad luminosa y otra mitad de oscuridad.

Durante el día el nuevo sol iluminaba fuerte el centro del mundo, pero el norte y el sur estaban muy lejos, y el sol apenas daba luz y calor en esos confines. Los gigantes no estaban contentos, puesto que la luz les dejaba vez lo feos que eran. Muchos decidieron viajar a los bordes más oscuros del mundo.

Pero otros decidieron quedarse en las nuevas tierras de luz, y aún estaban descontentos, así que ofendieron a Cha, usando su descomunal fuerza arrancaron del fondo del suelo enormes rocas para tapar la luz del sol y así no ver sus feos rostros de nuevo.

Entonces el dios Cha enfureció, al ver que despreciaban la luz que les había dado a costa de su propio corazón. Habló con su hija, Mama Napak, señora de las aguas y los ríos, para que enviara una inundación. Así lo hizo.

Los gigantes trataron de huir, pero el peso de las enormes rocas que llevan sobre sus cabezas les hacía lentos, y no querían soltarlas, porque ver su fealdad a la luz del día era para ellos lo peor. El diluvio los sepultó a todos en tierra y barro, dejando solo descubiertas las rocas que sostenían sobre ellos.

A lo largo de todo el mundo pueden encontrarse esos enormes peñones aislados que recuerdan que no se debe ofender la voluntad de los dioses.

– Es uno de esos enormes peñones el que está protegiendo nuestra carne del frio viento de las montañas ahora mismo, niños. Y muchos puentes, templos y hasta ciudades, están construidas alrededor de esas grandes rocas. – Les dije mientras miraban el peñasco de abajo a arriba. – Lo que para los antiguos gigantes significó pena y desgracia, hoy a nosotros y muchos hombres ha significado un punto de apoyo y una bendición.

Entonces, Mamá Ti, ¿debajo de la roca gigante, está enterrado uno de esos gigantes? – Preguntó Kasunka, que dejaría de comer con gusto si eso le garantizara la respuesta a una pregunta.

No respondí. Ya las tiendas estaban levantadas, se había comenzado a preparar la comida. El largo camino que debíamos recorrer apenas estaba comenzando.

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