La tierra Madre

Desliza para comenzar

La tierra Madre

Ser ayudante de alquimista en el taller de la casa de gobierno del Virrey Veneris Sermo de Adargan es un trabajo que cualquier persona en mi situación querría. Mi nombre es Furto, y soy hijo ilegítimo de Furto Zaletos, un comerciante de textiles que viaja con sus productos a lo largo del dominio, y como es costumbre, tenía concubinas en algunos de los poblados por los que pasaba regularmente, entre ellas mi madre, Ana, miembro del clan de los Ika. Fue una mujer muy hermosa y de oficio, murió aún siendo joven a causa de la peste, desde entonces fui ayudante de mi padre en sus labores. Mi papá se aseguró de asignarme tutores que me ayudaron a educarme. Eso sumado a los cinco años que viajé con él me ayudaron a conocer muchos lugares y personas.

Aunque yo hubiese preferido llevar una vida como comerciante junto a mi padre, ese puesto ya había sido tomado por sus dos hijos legítimos, así no tuve otra opción que aceptar el empleo que con sus influencias consiguió para mí.

Así pesar de mi condición de hijo mestizo e ilegítimo, cuento con un trabajo dentro de la casa más importante del dominio y cuando no estoy barriendo el suelo, ordenando estantes y haciendo recados para el maestro Jesua, el trabajo en el taller es de lo más interesante.

Hoy hubiese sido un día más de esos, de no ser por la compañía. Mientras yo colocaba las cosas en las altas estanterías, una dulce voz llenaba la sala mientras leía uno de los tomos de las Crónicas de Adargan.

Gracias a las enseñanzas del Señor, Jendaras, los alquimistas pudieron evitar la corrupción de sus cuerpos y manipular de manera pura los dones que el éter divino otorga. Desde entonces la energía divina del éter forma parte esencial de nuestras obras y herramientas más importantes.

Durante los primeros años de la unificación, la fe inquebrantable de nuestros protectores y el ingenio de nuestros alquimistas nos permitieron como pueblo del Señor, erradicar la oscuridad del mundo conocido y hacer florecer la luz por encima de la decadencia de los salvajes y bárbaros, adoradores de dioses impíos.

-Siempre he querido visitar la Tierra Madre. Visitar sus antiguos palacios y pisar el suelo sagrado de Jendaras. Sería la experiencia más grande de la vida. ¿No te parece, Furto?- Interrumpió la lectura la joven Tresa, sin dejar de sujetar fuerte al tomo que leía con sus delicadas manos. Ayudarla a colarse en los talleres ya se había convertido en un mal habito para mí.

-La tierra como ahí la lees es solo el reflejo de otro tiempo que ya nadie recuerda, mi querida Tresa, hay lugares fantásticos ahora mismo, en nuestro tiempo.- Le respondí mientras bajaba de un salto la escalera que daba a la parte más alta de los estantes.

-¿Los hay? Si pudieses acompañarme ¿Vendrías conmigo a recorrerlos?- Dijo ella con picardía.

-Sabes que por ti no podría negarme. Pero es mejor que continúes la lectura de hoy, no quiero el maestro Jesua me encomiende de nuevo a limpiar las bateas. Se supone que no deberías estar aquí.- Le dije, y ella levantó el tomo para continuar leyendo.

Fueron siglos de prosperidad para el pueblo de la luz. Se construyeron caminos y se levantaron obras de infinita belleza en nombre del Señor. Pero con el paso del tiempo las enseñanzas del Señor se desvirtuaron, la abundancia trajo consigo arrogancia y la gente perdió el camino. Y ya no había mucho que separara a nuestro pueblo de los corruptos bárbaros contra los que se habían enfrentado antes.

Pero el Señor se dispuso a poner una difícil prueba a su pueblo, para que así pudiesen retomar el camino de la luz y la gracia, expiando los actos arrogantes cometidos. El éter, fuente divina de nuestro poder y gloria, comenzó a mermar en nuestras tierras. Y a pesar de lo extenso del reino cada vez se hacía más difícil el acceso a tan necesario elemento.

Nuestra gente se vio superada por los Munnus, enemigos venidos del oriente en sus monturas aladas que azotaron las tierras en cuestión de pocos años. Parecía que el señor había finalmente abandonado a su pueblo y la aniquilación parecía segura. La oscuridad era más fuerte que la luz después de mucho tiempo.

La guerra y la destrucción lo rodeaban todo. Los héroes que debían proteger el reino caían uno tras otro en medio del rugir de un sin fin de batallas.

Me han dicho que los Autikas y Casmuis son tan malos como los Munnus, que adoran a demonios y corrompen sus cuerpos con el éter. Tú has visitado esas tierras. ¿De verdad son tan terribles?- Preguntó ella mientras yo terminaba de ordenar las estanterías del taller.

-Solo estuve en el PariTiri por unos pocos días. Esos lados solían ser dominio Autika, pero ahora son parte de Adargan. Son gente diferente, pero gente a fin de cuentas.- Contesté quizás tratando de justificarme a mi mismo y mis diferencias con respecto al maestro Jesua, a Tresa y toda su casta. A la que yo por ser mestizo no pertenecía.

-Me han dicho en la ciudad que sus nobles tienen las cabezas alargadas y deformes y son brujos.- Continuó ella ignorando por completo mi comentario.

-No te preocupes por lo que la gente en la plaza haya dicho. Preocúpate por lo que nos hará el maestro Jesua si te encuentra en el taller.- le dije fingiendo firmeza.

– A veces parece que eres tú quien no me quiere aquí. – Dijo mientras levantaba el tomo con sus manos. Ella sabía bien que si de mí dependiera creo que no se iría de aquí.

Continuó leyendo en voz alta.

Todo el reino se encontraba en el momento más oscuro y fue entonces cuando el Señor se apareció en sueños al gran héroe Krista Umbus, y siguiendo los designios de este, reunió una flota de fieles y nobles hombres y mujeres que le siguieron a lo profundo de los abismos marinos. Muchos no lo lograron. Los peligros del oscuro mar siempre han estado más allá de nuestra comprensión. Pero nuestro gran Señor les protegía y guiaba, juntos encontraron una nueva tierra más del Mar del Ocaso.

Una tierra dura y salvaje. Con enemigos y peligros en cada rincón. Una tierra que para los ignorantes parecía estar lejos de la gracia de nuestro Señor. Nada más lejos de la realidad, porque en su sabiduría había otorgado está nueva tierra con más éter del que nunca se vio antes. Lo suficiente y más para revivir la gloria de su reino.

Pero el Señor nunca asigna tareas sencillas a los mejores hombres. Las vetas de éter son difíciles de alcanzar y muchas están custodiadas por horribles bestias y terribles hordas de salvajes y herejes que alimentan sus cuerpos y a sus demoníacos dioses con éter corrupto.

En nombre de nuestro señor debíamos intentar liberar a los nobles y valientes pueblos que en estas tierras habitan de la terrible influencia y decadencia de esos adoradores de demonios.

Tuve que interrumpir su lectura cerrándole el libro en las manos, los pasos que se acercaban podían escucharse desde el pasillo y no podía arriesgarme a que encontraran a Tresa dentro del taller. Podrían asignarme a un lugar lejos o peor aún, despedirme.

Arrebaté de sus manos el libro, sin mediar palabra, mientras observaba la puerta por la cual entraría el maestro. Al voltear a verla para despedirla ya la tenía justo en frente, mirándome con esos ojos donde puedo ver estrellas a plena luz del día.

-Saluda a mi papá, no dejes que te haga trabajar tanto.- Me dio un corto beso en los labios. Y salió corriendo sin hacer ruido por la puerta trasera.

Al mismo tiempo la entrada principal se abrió y por ella entró el Maestro Jesua, acompañado de un grupo de herreros de la ciudad que traían materiales.

– Furto, prepara las herramientas de incrustación, y ayuda a los herreros a acomodar las piezas en el taller. – Otra jornada más de trabajo alquímico comenzaría y yo solo tenía mente para Tresa, sin dudas la mejor razón para trabajar con el Maestro Alquimista Jesua, era su hija.

Crónicas de Adargan-Relatos
Entrada anterior
Los mensajeros de la sal
Entrada siguiente
El Mar de las Lanzas
× ¿Cómo puedo ayudarte?