Los mensajeros de la sal

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Los mensajeros de la sal

– ¿Cómo te sientes, Mama Ti? – No has descansado mucho hoy. – Preguntó Nakuykari siempre atenta a mi condición.

– Muy bien, mi niña. Dame un poco de agua para aclarar la garganta. –  Mis dolores no habían desaparecido del todo, pero ahora eran mucho más tenues y más llevadero. El Nipukay que me había atendido era un verdadero curandero.

Era un día especial. Para variar, después de muchos días, al fin estamos bajo techo. De alguna forma, me resultaba incómodo no sentir el viento en el rostro después de tanto tiempo teniéndolo como compañero de viaje. Lo que si resultaba muy agradable era saborear un vaso caliente de chicha mientras los niños a mi lado comían su ración.

Habíamos dejado atrás la tierra que ya no le pertenece más a nuestro pueblo y al fin alcanzamos el destino de los soldados que nos acompañaban, el primer Haqauro, o puesto de vigilancia y abastecimiento, ubicado justo en el límite de la nueva frontera. En todo el tramo anterior no había ni un solo Haqauro que no hubiese sido abandonado ya tras la orden del Emperador.

Para nuestro guía, Paquri, era un alivio saber que de ahora en adelante contaríamos con la protección del Imperio y no estaríamos más en un territorio incierto. No habría necesidad de viajar por terrenos remotos y difíciles.

De pronto un sonido hizo que todos dejaran de hacer lo que estaban haciendo. El sonar de un cuerno. Y de inmediato las personas que estaban a cargo del Haqauro se prepararon para lo que parecía la llegada de alguien.

– ¿Qué fue ese sonido, Mama Ti?- Casi no pude entender la pregunta porque Kasunka la había hecho sin tragar la comida que tenía en la boca. Tampoco me dio tiempo de responder.

Por el portal entraron dos guardias, acompañados de un hombre, bajo en estatura, pero con una apariencia muy fuerte. Se notaba que había llegado corriendo tras un largo viaje, el sudor lo cubría casi entero. Pero aun así sonreía y hablaba con los guardias de la manera más casual. En su cinturón podía verse el cuerno de llama real ornamentado que usó para alertar su llenada. Así como eran visibles su honda y su garrote de combate. Lo que más llamaba la atención era el penacho de plumas blancas que tenía en su cabeza, a modo de identificador visual.

– Es un Yapa Nakori, pequeño, un mensajero imperial. – Respondí finalmente.

– ¿Nunca habías visto uno? – Respondió Asunwankary. – Es un mensajero, tiene alas en los pies y cuando corre no toca el piso.

-No tienen alas en los pies, pero como si las tuvieran.

Cuenta una leyenda que una pareja estaba a punto de casarse, cuando el hermano del prometido lo engañó y lo encerró en una cueva en lo alto de una montaña. El traidor desposó a la novia. Y el desdichado prisionero quedó atrapado dentro de la montaña, desde donde solo ha llorado por su desdicha. Estas lágrimas brotan de las laderas de la montaña y forman las Salineras de Nakori. Y fue esta sal la que hizo importante al pueblo que allí habitaba.

Mucho antes de la aparición del Imperio, antes de que se construyeran las elaboradas carreteras del TichaQhonkari, los saleros del pueblo Nakori eran viajeros eficientes y experimentados que iban de pueblo en pueblo ofreciendo su sal. Eran considerados un pueblo honorable, y las buenas propiedades de la sal de los Nakoris tenían beneficios en salud de las personas; entonces se determinó que el salero Nakori también podría ser responsable de la entrega de mensajes orales y otras encomiendas.

Con el surgimiento del Imperio, Los Nakoris se convirtieron en elemento indispensable para la comunicación, y mantenerse al día con un volumen cada vez mayor de mensajes dejaba poco tiempo para su actividad inicia, y así se formó el Gremio de Yapa Nokari.

El Emperador entonces ordenó que los Haqauros estuviesen distribuidos a los largo y ancho de nuestra tierra. Todos ubicados en la gran red de caminos conocida como TichaQhonkari (Camino Iluminado), sin igual en el mundo conocido. Estas vías, gracias a conocimiento acumulado de  todo nuestro pueblo, cuenta con puentes y escaleras de roca, entre montañas y por sobre los ríos.

En muchas partes, las correspondencias escritas y las pequeñas parcelas generalmente se llevan de ciudad en ciudad de diferentes formas. Todos son métodos particularmente poco confiables o convenientes. Puede tomar muchas semanas recibir una respuesta. La entrega de artículos preciosos o misivas importantes corre el riesgo de caer en chismosos o los ladrones de dedos ligeros. Por esta razón, los nobles y las instituciones importantes emplean a los Nakoris, expertos con habilidades únicas que son personalmente responsables de hacer entregas rápidas y seguras. Pues de ellos pudiera depender una orden de suspensión de una batalla a tiempo o llegaran los refuerzos al inicio de otra. También sirven de espías al imperio, gracias a su múltiples habilidades de sigilo.

Ser un Nakori significa tener muchos privilegios sociales, que incluyen pensión de por vida, y la entrega de tierras para su familia.

– Mama Ti ¿Yo puedo ser Nakori también? – Preguntó el impresionado Kasunka. El mensajero recién llegado le devolvía sonrisas a los niños, sabía que era sobre el que ellos me cuestionaban.

– ¿Tu, un Nakori? !No puedes alcanzar a un cui sin patas! – Respondió burlón, Asunwankary.

– ¡Claro que si puedo! – Contestó Kasunka, enojado.

– Aún tienes edad para poder aprender a ser uno de ellos. Pero debes saber que es un oficio muy difícil y muchos renuncian por no ser dignos de hacer una tarea tan importante. Algunos se vuelven vagos errantes que deshonran a los dioses y solo buscan su beneficio personal.

Ser un Nakori no viene sin riesgos, y aunque puedan completar sus viajes, no siempre están seguros. A aquellos que llegan tarde rara vez se les da una cálida recepción, a veces se ha sabido que los destinatarios de las malas noticias quitan sus frustraciones al portador.

Los Nakoris son hombres y mujeres muy diestros y preparados físicamente desde temprana edad, para que pudieran realizar su oficio a la perfección, ya que su trabajo puede ser peligroso; estos viajan a pie sin compañía a través de largas distancias, por territorios con climas muy difíciles. Pueden ser objetivos tentadores para bandas de bandidos, bestias y otros asaltantes. Solo en los Haquaros los mensajeros pueden descansar seguros.

A pesar de contar con la bendición de los dioses, y un puesto de privilegio en la sociedad imperial, muchos mensajeros han decidido romper sus votos y buscar otras formas de vida. Algunos incluso se unen a grupos de mercenarios y malvivientes, donde se aprecian sus habilidades en navegación y supervivencia al aire libre, ya que son individuos que conocen como nadie los caminos y sus atajos y además son diestros nadadores; capaces de viajar durante las más oscuras noches si esto fuese necesario.

Las leyes del imperio castigan severamente a aquellos que abandonan el oficio y la tradición, y viven una vida en la deshonra.

– Ahora que ya comieron, niños. Es hora de descansar mañana nuestro viaje continua. Demos gracias a los dioses que ahora volvemos a estar bajo su protección. – Les dije mientras los mayores solo tenían ojos para el mensajero.

A este le acomodaron un espacio para comer y descansar como es la costumbre. Pero siendo un fiel representante de tan honorable oficio, se negó a quedarse, aún tenía algún viaje que realizar antes de tomar un merecido descanso. Después de entregar la información que traía y comer un poco, se dispuso a partir.

Al ver salir por el portal a tan incansable individuo, no dejaba de pensar en lo bueno que hubiese sido ser una Nakori en mi juventud. Serían muchas más historias y cuentos que conocería y podría ahora compartir con los niños. Se tendrán que conformar con las que ya sé.

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