Abrí los ojos, y pude ver la figura de un hombre a mi lado. Era alto y delgado, su ropaje no era el de un soldado, pero si era otro tipo de guardián del imperio. Su casco ceremonial era también una máscara que no permitía ver su rostro. Por un momento quise adivinar cuanto tiempo haría desde que alguien vio la cara que estaba debajo. Pero mi atención estaba enfocada en que el malestar de mi cuerpo había desaparecido.
– Mama Ti, ¿Ya te sientes mejor? – Preguntó Nakuykari, que también se encontraba a mi lado pero no me miraba a los ojos.
– Bastante mejor, hija. Gracias a los dioses. – Le respondí. – Gracias a ti, maestro Nipakuy. – Me dirigí también al sombrío y misterioso hombre. Este asintió y le entregó a la niña lo que parecía un bálsamo.
Los demás niños se encontraban alrededor muy atentos, y no dejaban de ver con curiosidad y miedo al sombrío al curandero. Una de las nodrizas intentó entregarle al hombre una bolsa con alimentos, pero este se levantó y la rechazo con un ademán. Me dirigió una última mirada y luego se alejó del grupo sin decir nada. Paquri, nuestro paciente guía, caminó a su lado mientras comentaban algunas cosas.
– Mama Ti, sé que me dijiste que no molestáramos al hombre de la máscara. Pero te veías muy mal y pensé que él podía ayudarte. – Me dijo la pequeña sin levantar la mirada. – Palmeé su mano para hacerle saber que todo estaba bien.
– ¿Quién es ese soldado que no acepta la comida que le dan a los demás? – Preguntó Kasunka, sin dejar de mirar al hombre que se alejaba.
– No es un soldado, era un Nipakuy. Un sacerdote del Imperio. – Le dije incorporándome un poco. – Ellos no pueden comer lo que comemos los demás. Deben cuidar su cuerpo comiendo solo hierbas y recetas especiales que solo ellos mismos saben preparar.
– ¿Cómo pudo calmar tu dolor con sus manos, Mama Ti? ¿Es un brujo? La gran llama real del hato le pertenece a él.- Se cuestionaba Asunwankari.
– No hay brujos entre nosotros. Los Nipakuy son guardianes del imperio, y como nosotros, son hijos del sol.
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A veces, a lo ancho de nuestra tierra nacen niños especiales, tocados con los dones de los dioses. Pero estos dones pueden ser peligrosos y desconocidos, es prudente temerle a estos agraciados niños y evitarlos siempre que se pueda. Por eso, los niños que muestran las señales son visitados por los Nipakuy y entonces llevados al Templo del Sol, el ChaAuri, en la montaña más alta del oeste.
Los padres de estos niños lloran su partida como si hubieran muerto. Porque nunca más volverán a saber nada de sus hijos. Sin embargo, es un gran honor tener la oportunidad de formar parte de los Nipakuy, la orden de sacerdotes encargada de usar sus dones para proteger al Imperio.
Estos individuos son educados y preparados, sus habilidades innatas afinadas y atemperadas. Se dice que su dones están orientados al cielo y la luz. Cuando están listos cumplen el papel de consejeros de los Nobles y del Emperador, puesto que sus habilidades mágicas y visiones pueden ser de gran ayuda. También fungen como curanderos y sanadores. Al ser sacerdotes del Sol también mantienen los santuarios y elevan plegarias en ellos.
Nunca comen carne, sino hierbas y raíces que preparan solo ellos, acompañadas de pan de maíz; usan siempre una máscara ceremonial que impide ver su verdadero rostro, un vestido que le llega hasta los tobillos, y encima una manta muy larga, en variados colores; no pueden ser casados ni tener mujer consigo.
Los Nipakuy están al margen de las leyes del Imperio y de las costumbres. Nadie puede criticarlos, ni aún a sus espaldas. Esto les lleva a alejarse de la relaciones con otros, e incluso rechazar las comodidades de las cortes nobles, para realizar sus labores cerca de las poblaciones de siervos y campesinos. Aunque a pesar de esto la gente común prefiere evitarlos todo lo posible.
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– Mama Ti, déjame ayudarte.- Dijo Asunwankary mientras me tomaba de la mano y yo me levantaba. Nakuykari me tomaba de la otra mano. Desde que enferme no se alejaba de mi lado.
Ya la luna estaba alta en el cielo, y el grupo había descansado más que suficiente, debíamos continuar, nuestro destino estaba ya muy cerca.
– ¿Estás segura de que puedes continuar? – Pregunto inquieto nuestro guía Paquri, mirándome con algo de incredulidad.
– Sea lo que sea que me haya hecho el Nipukay, funcionó muy bien, Paquri. Me siento mucho mejor que cuando empezamos el viaje. Y sé que no durara todo el tiempo que quisiéramos. Así que deja de perder el tiempo y sácanos de aquí. – Le dije y entonces se le dibujó una sonrisa en el rostro e inmediatamente puso en marcha al grupo.
Al otro lado el silencioso Nipukay montó a su llama real y se alejó de todos para continuar por su cuenta, como solía hacer desde que llegó con los demás soldados imperiales.
– ¿Pueden ser peligrosos los Nipukay, Mama Ti? – Preguntó Kasunka mientras le veía alejarse.
-Para nosotros no, mis niños. Pero hay historias que cuentan lo temibles que pueden ser.- Respondí.
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El fundador y máxima autoridad de los Nipukay es el Cha Chuypak. El sacerdote inmortal es una figura que inspira y atemoriza al mismo tiempo. Su autoridad puede ser mayor que la del Emperador mismo, y aunque juró lealtad a este hace siglos, con una única palabra podría despojar al soberano de su corona, como le sucedió el Emperador ChaCapuk, que fue desterrado. Su poder sobrenatural es muy superior al de cualquier mortal. Se cuenta ha vivido desde os tiempos del primer Emperador. Pero otros creen que en realidad es un avatar, elegido entre los Nipakuy más poderosos para ocupar ese puesto cada vez que el anterior fallece. Ciertamente ocultar sus rostros detrás de máscaras hace que el misterio permanezca. Cuando el emperador muere, solo el Cha Chuypak y sus Nipukay podrán decidir quién ocupará el trono.
En los momentos de gran peligro para el Imperio, el Cha Chuypak verterá sus dones sobrenaturales sobre sus Nipukay y todo aquel que combaten en nombre del Sol. Y su represalia contra todo aquel que se oponga a la voluntad de los dioses es temible.
Si es triste para una familia entregar un hijo a los Nipukay, más triste y raro es tener el honor de que sean tres de tus hijos los escogidos, como cuentan que le pasó a un noble llamado RiAurika. El primero, fue recogido una semana antes de su décimo cumpleaños; la segunda, una niña, cuando solo tenía cuatro años. Angustiados por la pérdida de otro hijo al servicio del Cha Chuypak, RiAurika hizo que su esposa huyera de la ciudad con su hijo menor, que había nacido dos inviernos atrás. La mujer fue encontrada días después, asesinada por una bestia salvaje; del niño no hubo ninguna señal. RiAurika, se unió por rabia a los rebeldes que intentaban destruir a Sacerdote Inmortal, y no vio a sus hijos durante los diez años siguientes. Hasta que el Cha Chuypak los envió a matarlo a él y a toda su corte.
En batalla, los Nipukay pueden proteger a sus aliados de los ataques mágicos de sus enemigos. Pueden hacer que las fuerzas de los hombres se multipliquen, sanarlos de graves heridas y otorgarles valor más allá de lo imaginable. Otros también poseen una conexión con las bestias y logran aprovecharse de eso para usar a las criaturas más terribles a su favor, tanto en tiempos de guerra como en los tiempos de paz.
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– Debemos dar gracias a los dioses de que los Nipukay están al servicio de nuestros señores y nos ayudan en momentos de necesidad. – Les dije mientras avanzábamos a buen paso, disfrutando aun de mis renovadas energías al andar.
Por su parte, los niños avanzaban con la reacción que se supone deberían tener al saber sobre los sacerdotes, con una mezcla de admiración y de temor. Yo solo esperaba que de algo les sirviera conocer más sobre nuestras costumbres. Ya pronto llegaríamos a nuestro destino y cada uno de ellos debería tomar tal vez una ruta distinta los unos de los otros.