La campana del templo sonaba para anunciar que el día había terminado y la tarde comenzaba. El maestro Jesua era muy exigente con el trabajo, pero respetaba el horario de las labores, y procuraba que no trabajásemos más allá de la campanada de la tarde. Muchos creen que después de esa hora es cuando él se dedicaba en solitario a continuar con las tareas mas secretas e importantes.
Por mi parte, solo podía pensar en que ya la comida debía estar servida en el comedor. Y desde el taller ya podía oler el caldo de puchero. Yo solía ser el último en dejar el área del taller, ya que mi trabajo era mas que todo, reordenar las cosas que el maestro y sus asistentes utilizaban durante el trabajo. Lo cual no me tomaba mucho tiempo, quizás porque la idea de la cena me ayudaba a acelerar el proceso.
El comedor de servicio de la casa de gobierno era una gran área sin techar en uno de los patios y tenía varias mesas paralelas donde se acomodaban todos los que trabajaban o prestaban algún servicio en la casa del Virrey. Los que formábamos parte del taller de alquimia teníamos una mesa en el extremo oriental de la sala. Cuando me tomaba algo más de tiempo ordenar el taller todos los demás asistentes alquimistas habían terminado sus raciones. Esto me permitía ser acompañado al cenar por mi persona favorita.
– Hoy tardaste más de lo normal, Furto . ¿Mi padre te pone más tareas de lo habitual o estas evitando venir a comer conmigo? – Me reclamó Tresa mientras colocaba la tasa con el caldo de puchero en la mesa y un trozo de arepa envuelta en una hoja de plátano. A pesar de ser hija del maestro Jesuan, ella también tenía el deber de ayudar en los quehaceres de la casa. Aunque sus obligaciones no incluían servirme la comida particularmente.
– Ni lo uno, ni lo otro, solo no quería que los demás notaran que traje tu libro al comedor. – Le dije mientras colocaba el tomo de las «Crónicas de Adargan» sobre la mesa.- Gracias, Señor, por los dones que nos otorgas cada día. – Di gracias rápidamente antes de comenzar a comer.
Observé a Tresa abrir el libro en donde lo había dejado. Esta levantó la mirada hacia mi y sonrió dulcemente mientras sacaba la pequeña flor dorada de Tabebuia que le había dejado allí. Me guiñó un ojo y entonces se dispuso a continuar su lectura.
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Durante los primeros años, en los asentamientos iberios en las costas de las islas en el Mar de las Lanzas buscaban afanosamente gemas que usaban los nativos en su ornamento personal, y sobre todo las preciadas betas de éter. La extracción permitió un rápido auge en el poder de los iberios e incluso permitía asumir el gran riesgo de enviar cargamentos a través del Mar de Ocaso, aunque nunca se supo la suerte de muchos de esos envíos. Estos asentamiento no sólo contaban con una numerosa población de iberios nativos, sino también de esclavos traídos de desde el otro extremo del mundo. Se vivía bajo la continua amenaza de los Karibal y de Piratas de ataques que sitiaban los poblados continuamente.
Muchos nativos se rehusaron a unirse a la causa sagrada de nuestro Señor, y aferrados a sus costumbres bárbaras. Cuando eran capturados eran sometidos a la pena de servir como esclavos para extraer el éter. La muerte de éstos, alimentó la ira de los pueblos salvajes, que se lanzaron como una horda de destrucción; y con su dones corruptos y poderío bélico destruyeron muchos de estos asentamientos iberios. Se describe como por medio de la corrupción demoníaca sus chamanes invocaron olas gigantes que arrasaron la mitad de los poblados tanto nativos como iberios en todas las islas del Mar de las Lanzas.
Todo esto causó que esta zona fue abandonadas en su totalidad por los iberios, si bien algunos de nuestro valientes aún se mantienen firmes en esas peligrosas costas arriesgando sus vidas para continuar con la obra de nuestro Señor.
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– Furto, en los viajes que realizaste con tu padre ¿Alguna vez fueron atacados por salvajes?- Preguntó mientras bajaba el libro.- Debe ser horrible estar solo en los caminos y encontrárselos.
– No hay comerciante o viajero regular en los Dominios que no se halla encontrado alguna vez con salvajes, bandidos o bestias en los caminos. Por suerte, mi padre siempre asegura contar con un grupo de guardaespaldas.- Respondí mientras bebía el ultimo sorbo de caldo.- Nos atacaron un par de veces pero por suerte se resolvió siempre sin derramar sangre.
– Si viajásemos juntos a otras tierras y ciudades. ¿No podríamos protegernos nosotros solos? Creo que si nos hiciéramos de algunas de las mejores armas del taller de mi padre podríamos estar mas seguros.- Me dijo con una ingenuidad que me inquietó.
-Jamás te expondría a semejante riesgo, Tresa. Viajar solos por los dominios sería una locura. No vuelvas a sugerirlo. Te dije que no es necesario irnos de la ciudad aún, podríamos estar juntos en el centro hasta organizar todo para irnos con algún grupo mercante. – Le dije tratando de sonar convincente.
– Sabes bien que en Estravila mi padre nos encontraría en cuestión de unos días. A ti no te conoce mucha gente en la ciudad que nos ayude y a mi me conocen todos por ser la hija del maestro alquimista.- Respondió ella y sin dejarme responder prosiguió con su lectura.
Tampoco tenía una respuesta concreta, así que seguí comiendo el último pedazo de arepa que aún tenía en las manos.
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La búsqueda constante de este preciado recurso llevó a los iberios al gran continente. Con la colaboración de los nativos que se unieron al camino y la voluntad del Señor, se fundó la primera ciudad, Cumas, en la región más oriental de los Dominios. Fue construida como un verdadero centro de extracción y distribución cerca de las primeras minas del éter. Por ello, se necesitó que estuviera relativamente libre de posibles ataques por lo que se amuralló el poblado. Un grupo de sacerdotes de nuestro Señor estableció una misión que sufrió los peligros de la zona.
Cumas es la ciudad más antigua de las ciudades fundadas. Se funda en el año 20 de la llegada como fruto de la utopía de un puñado de sacerdotes iberios que soñaban con una convivencia pacífica, sin la presencia de soldados y comerciantes. Al poco tiempo hordas salvajes atacaron con violencia, destruyendo el pequeño templo y matando a los sacerdotes que se hallaban en él vengándose así de la incursión de esclavistas iberios cerca de la zona. Se volvió a levantar el poblado, dotándolos de un nuevo templo y una escuela para la enseñanza de los niños de todas las castas. También se envió a un grupo de soldados, con la misión de pacificar en el nombre del Señor. Hubo múltiples enfrentamientos entre las fuerzas nativas rebeldes y los iberios.
Aún hoy la ciudad es el puerto mas importante de la región oriental de los dominios.
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Tresa cerró el libro. Comenzaba a oscurecer y ya se hacía hora de volver a sus habitaciones.
Guardé el libro debajo de mi camisa mientras ella recogía la taza en la que yo acababa de comer. Me miro un tanto inquieta. Esta vez no podía haber beso de despedida, había gente en otras mesas del comedor.
– Te prometo que resolveré esto, Tresa. Te prometo que veremos las costas del Mar de las Lanzas juntos. – Me sonrió antes de darse la vuelta y alejarse.