La Diosa de los Granos

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La Diosa de los Granos

Los niños se formaron con entusiasmo para recibir su ración de comida, una de las mujeres me daba las raciones, y yo las repartí entre los niños que tomaban su lugar alrededor del fuego, junto a ellos ya se reunían algunos de los mayores que tras montar las tiendas buscaban reconfortarse y descansar al cobijo del calor de la pequeña hoguera.

Kasunka fue el último de los niños en tomar su ración, y se acomodó justo a mi lado. Ninguno de ellos había tocado siquiera su ración de comida, aún a su corta edad ya había aprendido bien a honrar a los dioses.

– ¡Maíz! Hoy nos diste maíz, Mama Ti. Muchos días sin comer. – Dijo Kasunka con emoción al ver aunque sea tan solo un trozo de mazorca en su ración de comida.

¡Cállate, Kasunka! Mama Ti debe dar las gracias por el maíz. – Le reprochó como ya acostumbraba a hacerlo la precoz Nakuykari.

Un golpe de mi bastón contra el suelo bastó para evitar que otros se sumaran a la discusión, y se hizo silencio. Hoy era una noche diferente, la luna llena iluminaba el cielo y no comeríamos solo el caldo de papas. También teníamos maíz, y su valor va más allá de a comida, si no que es también divino, ya que la planta de maíz es sagrada, por lo cual tiene a su diosa, y su nombre era Kaqho.

Esta era la última ración de la que podíamos disponer en lo que resta de viaje. Y debíamos agradecer a los dioses. Así que recité las palabras:

“Diosa Kaqho
eres la vida
que crece en el surco.
Somos sueños de espigas
al arrullo del sol y la lluvia.
Raíz que deviene
en alimento.
Somos granos de sol
somos vida nueva.
Granos de sol
que se hacen sueños
en forma de mujer y de hombre.
Somos granos de oro, sol y vida.”

Todos comenzaron a comer, niños y adultos en silencio. Contando el tiempo que duraría ese instante de calma.

No fue mucho.

– Mama Ti ¿Cuando podré dar las gracias por el maíz? – Preguntó Nakuykari.

– Cuando sepas las palabras, podrás dar gracias. – Le dije.

– Yo si las sé, ¿por qué no puedo dar gracias también? – Cuestionó el altivo Asunwankari.

– Tú ya lo sabes. A la diosa Kaqho solo podemos rezarle las mujeres. – Respondí.

– ¿Por qué podemos ayudar con las papas y la carne, pero no podemos tocar el maíz antes de que lo sirvan? – Preguntó Kasunka, sin dejar de masticar la comida que tenía en la boca.

Los adultos parecían inmersos en asuntos más apremiantes, así que decidí responder a la pregunta con otra de las historias que la madre de mi madre me había contado.

Kaqho era la más hermosa doncella en todas las tierras, era hija de un gran noble. Pero un día, el oscuro y viejo hechicero Pakpa se enamoró perdidamente de ella, así que este decidió no darle tregua hasta poder hacerse con ella.

Kaqho que pronto vio las intenciones oscuras del hechicero, decidió hablar con su noble padre, quien apenas le oyó nombrar a Pakpa, se negó a seguirla escuchando por el enorme aprecio que le tenía a este. Tampoco le sirvió recurrir a su madre que tenía a Pakpa como hombre de gran corazón. Todo esto no erá más que la influencia que el poder del hechicero ejercía sobre las personas que le conocían.

Siendo hermosa, Kaqho intentó ingresar al culto de Ranka Niti, y así convertirse en una doncella del sol. Pero el manipulador Pakpa ya se había encargado de que no la aceptaran. Kaqho debía ser suya.

El cerco se iba cerrando poco a poco y ella tuvo miedo. Debió apartar de su lado a los posibles pretendientes que pudieron amarla y alejó también a sus amigas, porque cualquier persona que se opusiera a la voluntad de Pakpa, podía correr mucho peligro.

La pena roía el ama de Kaqho, hasta que decidió buscar la única ayuda a la que Pakpa no podía oponerse, aún con su poder: la ayuda de los dioses.

“¡Oh, Padre mío, padre de mis padres y de sus padres!”, invocó en lo alto de una montaña al dios Cha. “¡A ti me ofrezco toda! Cada día me siento más débil en esta lucha con Pakpa, el hechicero. No quiero asomarme al fondo de sus ojos donde crecen los abismos. Quiero huir de su sombra maléfica que oscurece mi vida. ¡Tú Gran Señor, que tienes poder apiádate de tu hija y cambia su destino!”

Allí aislada y vulnerable, en medio de ese último intento desesperado, la presencia del oscuro hechicero Pakpa sobresaltó a la doncella. Si el Padre Sol no la escuchaba llevaba un puñal para hundirlo en su propio pecho. Más, de pronto, un rayo de luz dorada bajó de las alturas y sintió una dulce relajación en su cuerpo y luego una cálida corriente se precipitó en su interior, su cuerpo adquirió una esbeltez inusitada, sus brazos se estiraron hasta transformarse en unas hojas verdes y transparentes.

El Padre Sol accediendo a sus ruegos la convirtió en la planta del maíz.

Pakpa cayó desesperado a sus pies, utilizando su poder, en un intento desesperado, para convertirse en un gusano que suele aparecer cuando se acerca el tiempo de su cosecha, para arruinar el maíz.

A partir de entonces Kaqho, se convirtió en la hermosa diosa del maíz, y tenía la capacidad de transformarse en una planta de maíz y proteger y bendecir los campos de cultivos.

– Por eso, por su estado siempre virgen, la diosa solo se deja cosechar por las mujeres para poder tener buena cosecha, puesto que si los hombres la tocan las cosechas se marchitarían. Y si ofrecemos buenas ofrendas y no maltratamos a los cultivos, la diosa Kaqho nos dará siempre una buena recompensa en forma de una muy buena cosecha de maíz. – Los niños ya habían terminado de comer sus raciones y me dispuse a llevarlos a el área donde debería descansar y dormir el resto de la noche.

Al mismo tiempo, entre los adultos se repartían la bebida fermentada que les calentaría un poco más el espíritu en esta fría noche. Porque el maíz no servia solo para hacer de comer, sino también para hacer la chicha, que solo podía ser creada por las mujeres, puesto que la bebida tenía propiedades divinas y mágicas, según se prepare.

Ahora mismo, la reconfortante embriaguez de algunos de los que las bebían era un motivo más para agradecer a la diosa Kaqho.

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